Los días de odios y venganzas de Cristina Kirchner y un inesperado elogio para Javier Milei

La jefa del peronismo se estremeció con la condena. Los movimientos ocultos, las puestas en escena y el destrato para Kicillof. El Presidente aprovecha la polarización. Las claves que asoman para 2025.


Por Santiago Fioriti para Clarín

— ¡Hijos de puta…! Yo sabía. Pero les advierto una cosa: no vienen a proscribirme a mí sola, vienen contra todo el peronismo.

Cristina Fernández de Kirchner había diseñado una cuidada puesta en escena para antes y después de la difusión del fallo, con videos y actividades que la mostraran en un mundo de fantasía, con personas que la tratan como a una deidad, lejos de los rostros circunspectos de los jueces Gustavo Hornos, Mariano Borinsky y Diego Barroetaveña. Pero ese mundo, a la hora de la sentencia, por más esfuerzo que haya habido, sucumbió.

Aunque no la sorprendió, la jefa del PJ no pudo evitar conmoverse frente al mazazo de la Cámara de Casación Penal. La noticia eclipsaba la portada de los diarios y daba la vuelta al mundo. A una ex presidenta -durante dos períodos-, esposa de un ex presidente y mentora de un cuarto gobierno kirchnerista y la misma que con mano de hierro domesticó jueces, ministros, gobernadores, intendentes, periodistas y también a una parte del empresariado que aceptó pagar coimas para no quedarse afuera del reparto de obras, le acababan de ratificar su condena a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. La pena es por haber direccionado licitaciones de obras públicas en Santa Cruz en beneficio del empresario Lázaro Báez, el socio y amigo de Néstor Kirchner.

Su celular se llenó rápido de mensajes de aliento. Cristina chateó y conversó por teléfono con sus dirigentes preferidos y maldijo ante ellos a los camaristas, a los periodistas, a Mauricio Macri, al sistema de poder en general y hasta a algún dirigente poco relevante de la oposición, que se burlaba de ella en la red social X con memes que la mostraban vestida de presa y entre rejas.

Al rato se enteró de la algarabía de la Casa Rosada y de que Javier Milei declaraba que, en esta etapa de la Argentina, el que las hace, las paga. Nunca había atravesado ese umbral el Presidente: el de acusarla de corrupta. Cristina lo insultó también a él.

Su reacción intempestiva en privado contrastó con la imagen que quiso dar en público. Cuando se difundió la sentencia pareció emerger la Cristina misericordiosa, la de pose angelical que exhibe en sus campañas: la que besa chicos y mujeres mayores, la que no deja de sonreír y la que visita barrios pobres en zapatillas, sin carteras y sin custodios a la vista. Quizá se trate de eso, de haber empezado un camino hacia las legislativas del año próximo.

En la localidad de Moreno, durante un acto frente a 400 mujeres, la nueva mandamás del peronismo pretendió instalar que todas estaban en la misma, en el rol de víctimas. Comparación osada entre mujeres que se formaron como promotoras de género en los barrios vulnerables del Conurbano y el de quien acababa de sufrir una condena por una causa cuyo expediente concentra una montaña de papeles administrativos, órdenes de pago, presupuestos y pruebas que desnudan el diseño de un monstruo gigante para despojar a las arcas del Estado de miles de millones de pesos.

La sentencia, para el universo cristinista, no existe. Como cuando no existía la inseguridad o la suba de la inflación, como cuando la pobreza era menor que la de Alemania, o como cuando el gobierno de Alberto Fernández no era el suyo. “Ella no se jubila, sigue y sigue y seguro que la tendremos el año que viene en las listas”, dice uno de los intendentes que más la frecuenta. Quedará para los estudiosos de la mente humana descifrar si se trata de una negación o de una distorsión de la realidad, acaso para persuadir a sus fanáticos de que existe un intento fallido por correrla de la cancha, pero que -pese a eso- su verdad ha triunfado.

Cristina contagia e impulsa, también, el miedo. “Esto que me pasa a mí también les puede pasar a ustedes”, les dijo a varios dirigentes que la llamaron. La mayoría de la dirigencia del PJ salió a apoyarla en X. Desde el riojano Ricardo Quintela, que intentó desafiarla en la disputa por el PJ, hasta Axel Kicillof. Quintela recibió un mensaje de agradecimiento. ¿Y Kicillof? Solo predomina el destrato hacia él.

El gobernador escribió un tuit para solidarizarse por la situación, pero el encono del cristinismo con él, lejos de ceder, crece. El espíritu vengativo, que Kicillof debería conocer, se mantendrá un largo tiempo, si es que alguna vez se detiene. El mandatario perdió la confianza. Podría estar experimentando un aislamiento similar al que alguna vez tuvo Daniel Scioli, un espejo que a Kicillof le genera terror. El bonaerense amagó con entablar un juego propio durante algunos meses y se quedó a mitad de camino. Hay otros ejemplos como el de Scioli. El de Alberto Fernández, que, apenas insinuó independencia, se le vino una nube espesa sobre su figura. O incluso el de Sergio Massa, cuyo silencio, tras el dictamen de Casación, retumbó en la interna. Juan Grabois lo acusó de “tener acciones en Comodoro Py” y de callarse ante el fallo “después de haber hecho campaña a upa” de la ex presidenta.

Cristina sostiene que Kicillof se olvida de que, cuando los intendentes y el PJ bonaerense resistían el desembarco de un porteño en la Provincia, ella ordenó a la tropa para aliviar el camino. Le asiste, en eso, la razón. “Critica la elección a dedo cuando le conviene y la celebra si le toca ganar a él”, ha dicho en la intimidad. Sus discípulos son más duros: recuerdan a menudo que, en 2019, un tuit de Martín Insaurralde lo proclamó candidato. Esa maldad, la de recordar el tuit del hombre que regalaba joyas y carteras para celebrar el amor en un yate en Marbella, la hacen los camporistas. Pero quienes quieren a Kicillof buscan despegarse: “El amigo y socio de Insaurralde siempre fue Máximo, que lo quería como gobernador”.

El enojo de Cristina con la realidad terminó de asomar cuando, un día después del fallo de Casación, el Gobierno difundió que el Estado no le pagará más la jubilación de privilegio ni la pensión que cobraba por la muerte de su ex marido. ¿Será verdad que alguien le adelantó la iniciativa oficial al Instituto Patria? Es lo que contaba a Clarín el jueves un hombre muy cercano a Cristina. Que hubo un emisario entre ella y Balcarce 50.

En el Gobierno, por supuesto, lo negaron. La decisión de quitarle sus ingresos se tomó después de varias charlas en las que participaron la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello; el asesor estrella libertario, Santiago Caputo (que produjo el pequeño milagro de que ambos volvieran a charlar); el ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona; y el propio Milei. “Revisen bien todo, esperemos el fallo y hagámoslo”, les dijo Milei antes de partir a Estados Unidos para verse con Donald Trump.

“Dictadorzuelo”, lo calificó Cristina en su comunicado, una definición exitosa en términos de comunicación. El término se viralizó en X y habría llegado para quedarse, al menos entre quienes sienten aversión por el modelo libertario o repudian su pelea constante contra los medios. La quita de la jubilación dejó a Cristina frente a una nueva tentación de polarizar con el primer mandatario. Es en verdad, una tentación recíproca.

“Queríamos que la doctora saltara y lo hizo”, decía el viernes un ministro. Los ideólogos de La Libertad Avanza creen que la quita de los ingresos de Cristina les dará tela para cortar a su relato. En menos de 24 horas la discusión pública saltó del fallo judicial al debate sobre si está bien o mal -más allá de si es lícita o no la iniciativa oficial- que una ex jefa de Estado pueda percibir 21.827.624 de pesos por mes.

La disputa entre Milei y Cristina presagia un 2025 de polarización extrema. Aunque ella, cuando no hay curiosos cerca, le dedica algunos elogios y justifica su llegada al poder. “Comparado con Alberto… este por lo menos tiene decisión política. Y dice lo que va a hacer y lo hace sin tener miedo”. Sus embates contra ciertos periodistas le generan una atracción irresistible. Ha visto los videos en su celular. “Los ensobrados…”, dice, y la da un ataque de risa.

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